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El torito Chispa Brava

Roque estaba llorando en el patio. Algunos de sus compañeros se habían
estado metiendo con él, como hacían frecuentemente, y no había nada que
le diera más rabia. Pero por mucho que les dijera, gritara o amenazara, no
dejaban de hacerlo.
Un chico mayor, que lo había visto todo, se acercó y le dijo:
- Si quieres que no te vuelva a ocurrir eso, tendrás que
llegar a ser como El torito Chispa Brava. ¿Te cuento su historia?
- ¡Sí!
- Chispa Brava era un toro de lidia que una vez pudo ver una televisión
desde el prado. Televisaban una corrida de toros, y al ver cuál iba a ser
su final, dedicó el resto de su vida a prepararse para aquel día, el de su
corrida. Y no tardó en llegar.
Cuando salió a la plaza, recibió un primer puyazo en el lomo. Era muy doloroso, y sintió cómo
su sangre de toro le pedía a gritos venganza. Pero él sabía lo que
tenía que hacer, y se quedó inmóvil. Pronto apareció el torero provocándole
con su capote al viento y su traje rojo. Volvió a sentir las mismas ganas de
clavarle los cuernos bien adentro, pero nuevamente, tragó saliva y siguió
quieto. No importó que siguieran tratando de animar al torito con puyas,
banderillas y muletas: siguió tan quieto, que al cabo de un rato, toda la plaza
estaba silbando y abucheando, hasta que decidieron cambiar de toro,
porque resultó el toro más aburrido que se recuerda. Así que Chispa Brava fue
devuelto a su prado para seguir vivviendo tranquilamente. Y nunca más trataron
de torearle, porque todos sabían que claramente no servía para las corridas.
- ¿Y eso que tiene que ver conmigo? - preguntó Roque.
- Pues todo, chico. A Chispa Brava le llevaron a una plaza de
toros porque querían divertirse a su costa. Cuanto más hubiera respondido
al capote y las banderillas, más se habrían divertido, y no habrían parado
hasta terminar la corrida. A ti te pasa lo mismo con esos abusones. Se
divierten a tu costa porque ven lo mucho que te enfadas, y eso les hace
una gracia macabra. Pero si hicieras como Chispa Brava, y no respondieras a
nada, se aburrirían y buscarían a otro, o se irían a hacer algo que les
resultase más divertido.
Roque no terminaba de creérselo. Pero en los días siguientes trató de
hacer caso a aquel chico mayor. Le costó mucho hacerse el indiferente las
primeras veces que se reían de él, pero no fueron muchas, porque todo
resultó como había dicho el chico, y en unos pocos días, los abusones habían
encontrado cosas más divertidas que hacer que meterse con Roque.
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